jueves, 4 de agosto de 2011

El mar de Soledad.

     La miré, la acaricié, la toqué, la besé, me acosté con ella y juntos nos revolcamos en el piso. Caí. Pues a mi querida Soledad nadie me la quita de la mente. Nací con un profundo afecto por ella, me enseño y me despedazó. 
      Me enamoré perdidamente de ella. Encontré en su pálido e inescrutable rostro los gestos conmovedores del amor, de la falta. Encontré en sus ojos el reflejo de la misma tristeza que yo sentía, del dolor del abandono. Me fortaleció, ella me dio sus fuerzas y me abrazó, como nadie jamás lo había echo. 
     ¿Qué otra cosa podía hacer más qué recibirla con los brazos extendidos? Pues, te diré algo en lo que de seguro me encontrarás la razón, todos hemos sentido alguna vez el abandono, cuando la costumbre nos deja, cuando algo desaparece y tenemos la convicción de que no volverá, y en el hueco que deja no cabe nada, pues su lugar es único. Todos hemos tenido la sensación de estar en el vacío, sin techo, sin suelo. Porqué no hay nada mas difícil que intentar desahogarte cuando no hay nadie dispuesto a escucharte. Y quizás haga notar la dependencia hacia otras personas ¿Pero que acaso el ser humano no es así? Siempre buscando afecto, y cuando vez que ni siquiera puedes oírte a ti mismo, tocas fondo.
     La historia siguió. Pensé que era cosa de solo una noche, pues no. Soledad, vestida de blanco, camina hacia el altar en el que yo me encuentro. Y Dios, si, Dios aprueba nuestro vínculo, nos otorga su bendición. Estaba tan poseído por su lujuriosa calma que me deje convencer. Soñamos que juntos vencíamos al mundo, que con aquella paz interior que me otorgaba, superaríamos todos los obstáculos. Me equivoqué. 
     Soledad era la Luna, era el mar tormentoso. Sus profundidades inexploradas, sumidas en la oscuridad, jamás nadie podrá debelarlas. Los fangos del fondo relatan la historia de miles de naufragios y las sirenas cantan, inútilmente, intentando salvar a los ilusos que se aventuraron por sus aguas. 
      El mar de Soledad, los ojos de Soledad, la calma de Soledad, la sonrisa de Soledad. Todo ella, era un engaño. 
      Irónica y hasta satíricamente, fue ella, Soledad, quien me dejo. Ya ni siquiera a ella la tengo. El alma se me ha ido del cuerpo. 



"Cada día es una eternidad en donde comprendo un poco más, te invitaría a la discusión entre el corazón y la razón, aunque una hoja en blanco lo resume bien, ¿aún no lo has entendido?, ven, acércate, no quiero contarte más historias sólo miremos el cielo y recordemos cuán solos nos encontramos, uno al lado del otro" -M.S.
    Stefa.

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