Planea, a lo lejos, planea. A ella siempre le ha gustado volar. Siempre iba por sobre las cumbres. Nunca aterrizaba, o al menos, yo no la veía.
Sentado sobre el asfalto polvoriento y caliente me dedico a observarla. Vuela, siempre vuela. La imagino cantando con voz muda ahogada por el ruido de ese motor que la impulsa. No, no es la primera vez que pasa por encima de mi cabeza.
Me pregunto si acaso será capaz de verme, pero creo que no, de seguro está mirando hacía arriba, deseando ir más alto. Y sube, y sube, hasta que el motor tiembla y la obliga a descender. Que se tome su tiempo, digo, aunque en ello se le fuese la vida, el cielo seguirá sobre ella. Las estrellas no se caerán, tienes toda la vida para alcanzarlas, le digo, como si alguien en éste mundo pudiera oírme, como si alguien en este mundo pudiese testificar que yo le advertí, que yo le amé.
De un día para otro no se apareció más. Se perdió en las nubes. Desapareció el ruido de las aspas y, como imagino que sería, tomo su transbordador y se fue a la luna, donde se encontrará con personas como ella, deseosas de conocer las constelaciones.
Mientras la veo brillar muda directo sobre mi frente, me conformo con mi cigarro, la brisa, y la sonrisa que me espera si algún día me decido a subir, con ella.
Para Clara, cuyo corazónse detuvo
por nunca dejar de volar.
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