Caen a pedazos los pétalos de lirios
sobre la piel erizada
de aquellos autores sin lágrimas.
Vuelan y se esparcen las cenizas
del amor consumado en las literas,
de los más diversos colores.
Los hay flotantes, al igual que los astros colgantes.
Los vemos cruzar la calle, creyendo que es fácil
y que es cosa de suerte.
Aprendemos a respetarlos y odiarlos con algo de envidia.
Muchas veces insinuamos no quererlo,
que no nos hace falta.
Los hay aterrizados, y bajo tierra,
tan ocultos como los secretos de la inconsciencia.
Vamos a encontrarlo, en un lienzo, en la armonía,
en los momentos o en la sabiduría.
Vamos a abrazarlo con miedo y alevosía,
desarmándolo con minuciosa consistencia
y transformándolo en monarquía.
Lo encontramos en la monotonía,
esa misteriosa costumbre del día a día.
Los hay nostálgico, como la niñez,
y dulces como azúcar rubia.
Los hay tristes y constantes.
Y los hay como el mio,
como cirios extinguidos,
como los ojos cerrados
de un ciego en un cuarto oscuro.
Con irrevocables condiciones,
que se aman como aman
los antárticos emperadores,
como un historiador
ama las revoluciones.
Como tú amas
la libertad, y éstas conversaciones.
Aún queda demasiado por hacer.
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