viernes, 18 de noviembre de 2011

Rompeolas

Acaso hay alguien entre mis estimadísimos lectores, que sepa como puedo escapar de este encarcelamiento letrado, me encantaría pudiese avisarme.

Un par de veces, cada ciertos días, en solo pocas épocas del año, las circunstancias se hacen cómplices, y suben hasta allá arriba, donde dicen están esos que llaman astros (yo nunca he visto uno, más bien me parecen hologramas falsos, al igual que muchas otras cosas), y luego bajan junto a nosotros hasta el suelo. Es ese estremecimiento que nos viene desde las entrañas, ese sentimiento de pez besando el anzuelo, de nativo elegido sacrificio para dioses que siquiera se interesan en su existencia, menos en su pena.
No es incertidumbre, ni tristeza, ni pena o desesperación. Es más bien entre una acidez estomacal y tres o cuatro tequilas. Para quien no haya bebido (Já) basta con imaginar el agobiante cansancio de un día de largas caminatas inútiles. Si bien estoy, y alegre me encuentro, no puedo evitar aún la incomodidad.
Quisiera ser capaz de sacarlo y lanzarlo, sin máscara ni maquillaje, de forma libre y real, tal como nació. Pero me aburre, y me hace pensar que no vale la tiranía. Al final la dictadura fue un libre albedrío. Bodrio, trozos pegados para tapar las vergüenzas de un mendigo.

Y el mar insiste en gastar las rocas, insiste en volverla polvo y palpar la orilla, más allá de la tersa arena ¿Desde cuándo, incansable piélago, rasgas con abrazos cubiertos de ligereza y sutilidad la dura piedra? Y continuas trabajando, con sistemática e infinita soberbia ¿Cuánto más has de soportar? ¿Qué es lo que motiva tu inasequible obstinación? ¿Crees que podrás mutar esa rompiente, donde te haces pedazos y lo único que logras es retroceder? ¡¿Por qué tu puedes y yo no?! ¡¿Qué demonio alimenta tu poderoso abismo y tus toneladas de fuerzas?! ¡Dime! Como haces para volverla moldeable arena, tan tersa y frágil, que resbala por mi piel y en montículos queda tendida. Tan finamente moldeada, que ni la mayor fuerza de mis manos podría atraparla.
Allá la perdí, en el escollo, donde llegan débiles las olas, en apenas perceptibles y ondulantes ganas de aferrarse a mis pies. Allá al fondo esta esa enorme roca, que las rompe y las parte en millones de gotas saladas y lagrimales. Las rompe junto con mis ganas de volverlo a intentar, así y todo, con el mar me hago uno, y retrocedo, y corro y me lanzo de cabeza contra ella, en una eternidad, eterna hasta para el mar.
Allá, donde la dura roca se vuelve inatrapable arena.

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