Ese tenue murmullo, de los relámpagos y truenos que vienen a lo lejos, lentos vienen, pero seguros llegan. Allá a lo lejos, muy lejos, se ven las gotas que caen y que, de manera irremediable, se estrellan contra el suelo, contra los techos de las casas, el asfalto de las carreteras, sobre los lomos de los perros callejeros, y sobre los noctámbulos que deambulan por las calles a estas horas, disfrutando.
Así es como voy de forma irrevocable contra ti, cayendo, desde lo más alto que puedas ver. Voy cayendo, desde las negras nubes y vengo, de allá vengo, donde lo confortable es saber que tienes alguna posibilidad. Así voy feliz, acompasado con los otros, como yo, se lanzan en una ceguera colectiva, y caen, de forma estrepitosa, caen.
Oigo los truenos cerca, los relámpagos me electrifican y tengo esa sensación de vacío, como cuando respiras antes de lanzarte en paracaídas, antes de cumplir una apuesta, antes de tomar los riesgos, antes de elegir tu camino. Mis manos trémulas se agitan por el tronar, y caigo, desde tu mirada, caigo, desde tus palabras, caigo.
Tomo el último aliento y me lanzo, con la esperanza, con nada más que eso entre mis brazos, me lanzo, creyendo que podré ser la gota de dulce lluvia que resbala por sobre tu cara, mientras tu miras el cielo, deseando ir más alto de lo que yo alguna vez alcancé.
Si realmente se quiere, nunca es tarde para intentarlo.
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