- ¿Sabes? - me dijo, con la mirada fijada en el piso - Hace frío, mucho frío. Escuché en las noticias que éste invierno tendría unas nevadas horribles, que las montañas se cubrirán de blanco, y de allá lejos, lo suficientemente lejos, se verán maravillosas. Siempre me ha gustado pisar la nieve, esa sensación cuando se compacta bajo los pies, esa blancura que puede dejarte ciego. Me encanta pisar la nieve, pero no me gusta que caiga sobre mi, no cuando es una tormenta y corremos el riesgo de quedar enterrados. Dos metros allí abajo, debe ser bastante frío, más que ahora ¿No crees? -
De alguna forma logré levantar la vista y mirarla a la cara. Seguía con la vista en el suelo, algo atrayente había ahí, una enigmática fijación con el verde pasto pronto a la muerte. Aunque quisiera decir que todo está bien, que la perfección no podía estar más cerca que cuando no se le busca, tantas cosas que decir, pero ahí estaba, con el viento dándome en la cara, arrancándome las palabras de entre los labios, y llevándoselas, con fines propios, ajenos.
- Ahora podrás apreciar el calor del verano, y ya sabes que las cosas se ven mejores cuando las ves de lejos.- Tantas cosas, atrapadas ahí, y el reloj contaba, y contaba, y contaba.
- La parte más difícil, la mayoría de las veces, no es llegar a la cima de la montaña, sino que lo es el descenso. Créeme, lo último que quería era bajar.
- Yo te esperaré para cuando quieras volver a subir, estoy enamorado de estas montañas.
No tenía idea que no subiría nunca más, entre edificios y comodidades ¿Quién se querría quedar? Fuimos un suspiro exhalado de la boca de un volcán, unas pequeñas ganas del inframundo de hacer erupción. Fuimos, y seremos nada más que ganas de ser entre tantos, la excepción.
Vacilé al momento de retomar el camino de vuelta a mi agujero en la nieve. Vacilé al momento de elegir la huida perfecta. Vacilé frente a la montaña, que se derrumbaba, conmigo bajo ella.
Todas mis voces gritaron al unísono, de espanto, de euforia, de vitalidad, de alarde, de pena. Más que nada, de pena, por todos aquellos que se engañan a si mismo, engañan al resto y esperan sinceridad. Tengo tranquilidad, aunque me gustaría perderla de nuevo algún día. Algún día.
- El tren viene ahí, ten cuidado. No pierdas de vista las huellas que has dejado. - Se detuvo al borde de la línea, tomó su única maleta, mientras el tren le barría y desordenaba los cabellos, mientras el tren le daba un adelanto de lo que realmente siempre había querido.
- Nadie, - le dije por último, antes de que abordara. - pero nadie, ni la tormenta más grande pronosticada, podrá borrar las heladas pisadas de nieve que dejaste aquí, las marcas en hielo eterno, que yo sé, en ti, derretirás.
Más nunca más subió una montaña. Y solo espero, no congelarme, antes de que alguien me encuentre enterrado, bajo los escombros, para aunque sea, poder contarle mi historia, del otoño más corto del mundo.
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